
"Transcurriera mi historia en la primera centuria de la era Cristiana, en tierras no muy lejanas a donde hoy me hayáis. Muchacha grácil, devota, casta e inocente y, aún entonces, desprovista de vello facial, cual fémina común de la época. Más un buen día mi padre decidió usarme como moneda de cambio, obsequiando mi persona a un hombre bien fornido. Negándome rotundamente a esa unión fui enclaustrada en el calabozo con el objeto de persuadirme en su intento. Allí rogué ardientemente al Señor que me librara de tal vil destino. “Quiero repugnar a mi pretendiente!” –deseé-. Y el Todopoderoso atendió a mis plegarias proveyéndome de una espesa y oscura barba (que, por cierto, no me quedaba nada mal). A mi padre el chiste no le resultó gracioso así que, a causa de este agravio, me condenó a la ineludible crucifixión. Con el tiempo, mi historia ganó cierto renombre y me hicieron Santa. Santa Wilgeforte, virgen y mártir (qué bien...). Me salieron muchos fans y fui venerada en varias oraciones populares, tales como ruegos en contra de los maridos molestos... Esta tendencia libertaria se movía en los ambientes más undergrounds, pues en la versión oficial las plegarias que a mi persona referían sólo imploraban por la misericordia humana... qué manera de simplificar! Y por todo esto me encuentro hoy aquí, ante mis adeptos, cansada de tal insidioso letargo, para mostraros las más inverosímiles apariciones, para reivindicar la belleza del vello, para ensalzar e impulsar la diversidad estética, para fundar la religión más casposa... el Wilgefortismo! Vengan a mí mis fieles, y con ellos, el vello!"

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